Busco pretender remover los cimientos sobre los que has construido —ladrillo a ladrillo— tu forma de relacionarte contigo mismo y con el mundo. No importa lo asentado y endurecido que esté el cemento. Las palabras que componen este artículo, aspiran a convertirse en el mazo que te ayude a expandir la grieta que hay en tu conciencia.
Lo que has venido pensando y creyendo acerca del dinero, el trabajo, el consumo, el Estado, las empresas y el sistema ha determinado, en gran medida, el lugar que ahora mismo ocupas en el actual escenario laboral. Es cierto que no elegiste tu lugar de nacimiento. Ni las oportunidades que te ofreció tu entorno social y familiar. Tampoco pudiste hacer mucho para evitar que tu mente fuera condicionada cuando todavía eras un niño indefenso e inocente. Al igual que al resto de nosotros, te educaron para ser un empleado obediente, un contribuyente pasivo y un consumidor voraz. Es decir, para ganar y gastar dinero de una determinada manera, perpetuando así el funcionamiento económico del sistema.
Sin embargo, por más que hayas seguido al pie de la letra el estilo de vida marcado por la sociedad, llevas años tomando tus propias decisiones. Acertadas o equivocadas, han sido las que en cada momento consideraste más oportunas. Y son precisamente tus elecciones las responsables de los resultados que has estado obteniendo a lo largo de tu vida. La mala noticia es que victimizarte, indignarte y culpar a algo o a alguien externo a ti no va a servirte para nada, salvo para aliviar —temporalmente— la impotencia y la frustración que sientes en tu interior. La buena noticia es que si asumes que eres el principal co-creador de tus circunstancias socioeconómicas, estás preparado para comenzar a reinventarlas, aprendiendo a reinventarte a ti mismo primero.
No se trata de que dejes tu trabajo. Ni de que curses otro máster. Al menos, no todavía. De lo que se trata es de que tomes las riendas de tu vida. O dicho de otra manera: que asumas tu responsabilidad personal, haciéndote cargo de ti mismo, emocional y económicamente. Al fin y al cabo, es tu propio proyecto arquitectónico el que está en juego. Tú eres el político y el empresario. Y también el ingeniero. Tú decides cuánto quieres invertir en la apariencia y cuánto en el fondo. Lo único que te separa de convertirte en el arquitecto de tu propia vida es el miedo a la libertad.
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